Cada jugadora necesita su tiempo y su lugar para conseguir su mejor versión. El talento puede estar ahí desde siempre, pero hasta que no se dan los factores adecuados no llega el impacto al que están destinadas. Un ejemplo muy claro y quizá el que más ha dado de que hablar en los últimos años es Mariona Ortiz.
La de Calella ha tenido una carrera impecable, con muchos picos de rendimiento muy altos en distintos equipos del continente y compitiendo contra las mejores rivales, pero el reconocimiento no le ha llegado hasta que ha vestido la camiseta del Casademont Zaragoza y se ha convertido en todo un estandarte para el baloncesto español. Su crecimiento mediático ha hecho que por fin su alcance esté a la altura de su calidad, liderazgo y todo lo que hace sobre la cancha.
La figura de Ortiz no ha parado de crecer en la capital aragonesa y se ha convertido en una jugadora sin la que sería imposible imaginarse al Casademont a día hoy, y ya no solo como jugadora sino también en el aspecto social. El club había conseguido llegar a un número de personas impensable años atrás, y una de las responsables era Vega Gimeno como capitana y principal cara del equipo, por lo que con su retirada quedaba un hueco que parecía imposible de llenar, pero gracias al paso al frente que ha dado Mariona todo sigue en la misma línea y ha podido coger el relevo para ser la referencia del baloncesto en la ciudad.
Se ha normalizado ver a niñas y niños con pancartas pidiendo su camiseta, esperando fuera de los partidos con frío o viento solo por verla para pedirle una foto o un autógrafo. Algo que no es habitual en el baloncesto femenino español y que en Zaragoza se ha normalizado en estos últimos años gracias a la conexión que ha conseguido el equipo con los seguidores.
Hablando más en concreto de lo que significa esto para Mariona, podemos decir que ha recogido lo que lleva cosechando durante toda su carrera. En otros países ha sido una figura y una jugadora espectacular, pero ahora tiene en sus manos lo que cualquier deportista busca y muy pocos consiguen. Es un espejo en el que muchos jóvenes de una gran ciudad se miran y la tienen como su referente.
El reconocimiento que Mariona ha alcanzado no es solo el fruto de su talento, sino también de una trayectoria construida con esfuerzo, dedicación y amor por el baloncesto, sin titar la toalla aunque haya habido momentos complicados.
Su historia es la de una deportista que ha sabido esperar su momento, crecer con cada desafío y consolidarse como una figura imprescindible dentro y fuera de la cancha. Hoy, su impacto va más allá de lo deportivo, porque es un referente, un símbolo para quienes encuentran en ella una inspiración y un modelo a seguir.
Más allá de las estadísticas o los títulos, lo que la define es su capacidad para conectar con la gente y liderar a un vestuario que sueña con grandes cosas. No solo lidera a su equipo con carácter y determinación, sino que también ha logrado algo que pocos deportistas consiguen, trascender y ser querida por todos. Ver a niños y niñas esperándola tras cada partido, ilusionados con una firma o una fotografía, es una muestra del vínculo que ha construido con la afición y de como se ha convertido en una de las mayores figuras del país, cosa que también la ha impulsado a vestir la camiseta de la Selección. Ese reconocimiento es quizá el mayor logro que puede alcanzar una jugadora.
Zaragoza ha encontrado en ella una líder natural, alguien que ha sabido recoger el testigo con humildad, responsabilidad y los valores que representan a este deporte. Su figura ya forma parte de la historia del club y del baloncesto nacional, y no solo por lo que ha conseguido, sino por lo que significa y la historia que tiene detrás. Su legado no se medirá solo en partidos jugados o sus números, sino en la huella que deja en quienes la ven jugar. Porque al final, más allá de los triunfos, lo que perdura es la emoción que provoca en los demás y como ha sabido esperar su momento a pesar de las dificultades en el camino. Por fin, Mariona tiene lo que se merece.
Imagen de portada vía FEB
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